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La función del dramaturgo

Este comentario pretende plantear algunas consideraciones acerca de la dramaturgia, vista desde la óptica del actor, y para ello tomaremos como punto de partida la pregunta ¿cuál es el papel del actor en el hecho teatral?

Comencemos por dejar definidos, de manera sencilla para luego profundizar en la semántica, que en esta primera parte entenderemos que el dramaturgo es el autor del texto dramático, el actor es quien lo representa y el director es quien organiza la forma estética de presentar el espectáculo ante el público. Igualmente asumiremos como verdad lo dicho por tantos autores durante tanto tiempo refiriendo a la tríada teatral, autor-actor-espectadores, como la base del acontecimiento dramático. Es decir, se entiende que, si no se cumpliera esta condición, el teatro, por definición, no se cumpliría. De la misma manera trabajaremos sobre la premisa de la no supremacía del texto: el texto escrito es sólo una parte de la síntesis teatral, es algo muerto hasta que revive en el espectáculo. Esto último confirma que no existe la supremacía del texto escrito en la formación de la síntesis teatral. El teatro no es un género literario, es más que eso: la compleja síntesis teatral se da como un procedimiento comunitario, como una acción social.

Veremos, entonces, al actor como una síntesis final del texto.

Retomamos la idea primaria de que en el teatro no escribe solamente el autor. Existen diferentes sujetos creadores de donde se desprende que hay una integración entre la dramaturgia del autor, de ese texto escrito que es simiente de la obra, y lo que de ese texto hace el director; y finalmente el aporte del actor con su cuerpo, su cara y su voz. Vista en pequeña medida no es discutible aseverar que de esos tres elementos es de donde surge la dramaturgia que finalmente complementará el espectador.

Se rompe, pues, ese paradigma que durante muchos años se tuvo como cierto acerca del valor casi absoluto del texto teatral. Para ese momento el teatro se concebía encasillado en el lenguaje referido por el autor teatral, sin ver más allá, o cuando mucho se alargaba por la propuesta aristotélica de que «la realidad no se expresa sólo por conceptos, sino también por ‘representación’, mimesis».

Ahora bien, según Aristóteles, tanto los poetas líricos como los poetas épicos también intentan representar acciones humanas, pero estos lo hacen empleando solamente el material lingüístico, por lo que podemos decir que apelan a la imaginación sensible sólo a través de las estructuras lingüísticas. El dramaturgo, en cambio, emplea el lenguaje solamente en un sentido transitivo, como una extensión de lo que realmente intenta hacer: representar acciones. Así que el objetivo final está relacionado con el acto de «contemplar» tales acciones (y de allí «teatro» como corolario de «drama») y, a través de la contemplación, «comprender» lo que tales acciones constituyen. El hecho de que la contemplación del fenómeno dramático requiera de espectadores para su realización implica que, a diferencia de las demás artes, el teatro es una actividad esencialmente comunitaria. El teatro se dirige no solamente a crear un espectáculo visual u oral, sino a conmover al espectador en toda su dimensión humana, incluyendo la corporal, pues la relación teatro-audiencia es siempre corporal.

Tenemos, así, que para Aristóteles la representación estaba estructurada en dos partes: el qué y el cómo.

El qué era el drama en sí, formado por el mythos, es decir, el entramado verbal, la forma en que está contada la historia, lo que trata. El ethos, que es, a grandes rasgos, el carácter del personaje, lo que pone de manifiesto la elección responsable del héroe trágico, la responsabilidad de lo actuado asumido con conciencia; en definitiva, es una forma de moverse en la vida y tomar una decisión en el entramado; y la dianoia, que viene siendo esa claridad de razón que nos llega de repente.

En tanto el cómo, era el teatro, la contemplación. Para Aristóteles era el lexis, o sea, el sistema de signos que expresan algo, entendiéndolo en toda su dimensión, desde el argumento literario hasta lo corporal o gestual. La melopeia, o sea el ritmo, los compuestos del tiempo en el entramado; y el opsis, entendido este como el espectáculo en sí, el espacio escénico, la maquinaria, luces, escenografías, sonidos, etc. Vemos, pues, que el teatro no es un hecho absoluto y homogéneo, sino una diversidad de asuntos asumidos por autores, actores y directores. Tomando esto como cierto, debemos aceptar que el concepto de dramaturgo ya no es el del escritor que produce una obra para que luego sea llevada a escena por el director con sus actores. No. El texto dramatúrgico no llega «químicamente puro» al espectador.

Dramaturgia del autor

Con base en estas primeras consideraciones se hace contraproducente hablar de una dramaturgia concebida únicamente como texto, obviando la teatralidad y sus diferentes significaciones. Nos encontramos con que el texto teatral asume unas características propias que lo alejan de ser un texto con validez por sí mismo, cuestión que lo hace totalmente diferente de la poesía y de la novela. El dramaturgo crea la obra literaria para ser interpretada por el actor, independientemente de que sea o no representada. Una vez creada la obra teatral el autor pasa a un segundo plano, cediendo la voz a sus personajes, que deberán ser interpretados por actores, que vuelven a asumir el gran rol dentro del hecho y del acontecimiento teatral.

Dramaturgia del director

Vamos a entender por dramaturgia del director aquella que es creada por este una vez que analiza un texto teatral. Sabemos que el papel del director estriba fundamentalmente en generar las condiciones necesarias para darle forma al acontecimiento teatral, organizar el discurso de puesta en escena, investigar, visualizar en su imaginario el desarrollo de la acción, es decir, que por su propia responsabilidad se transforma en un creador, en un ente generador de la dramaturgia del espacio y en consecuencia un engranaje fundamental en la trama significante y en el discurso teatral.

Nada de esto es nuevo, como sabemos, lo nuevo es el interés que se ha despertado entre la gente de teatro por la polisemia que adopta el término dramaturgia.

Dramaturgia del actor

Con todo lo comentado hasta ahora podemos ir redondeando una idea final basada en la significación y trascendencia del actor dentro del fenómeno dramatúrgico.

Observamos desde diversas perspectivas cómo Barba y Grotowski lo ubican nuevamente en el centro de la atención como los más directos responsables del hecho teatral. Puede haber teatro sin escenografía; puede haber teatro sin luces; puede haber teatro sin directores; pero no puede haber teatro sin actores.

Concebimos entonces la dramaturgia del actor como fundamental.

«El crítico teatral por excelencia es el actor», dijo alguien por ahí.

El actor pone en evidencia las potencialidades de significado en una obra, porque la verdadera hermenéutica del teatro es la representación. Y he aquí que se nos presenta otra nueva visión de dramaturgia: el espectador, que resulta ser el último creador del hecho escénico. Sin espectador no hay espectáculo. Él, al final, es quien completa y da sentido al espectáculo, él forma una nueva dramaturgia a través de la percepción de lo que ha visto y de lo que ha completado con su imaginación. Él forma el discurso final. Él es el testigo más inmediato de lo narrado en escena. Eso es lo que vale para el acontecimiento teatral, pues el espectáculo solamente tiene sentido si, de alguna manera, es capaz de inventar una realidad en comunión con el espectador.

Una percepción más completa la percibimos en estas palabras de Jerzy Grotowski donde refiere la relación del texto con el hecho teatral: «Los actores y yo nos enfrentamos al texto; no es posible expresar lo objetivo en el texto, y de hecho sólo aquellos textos realmente malos nos dan una sola posibilidad de interpretación. Las obras maestras representan una especie de rompecabezas para nosotros».

Esto nos trae a considerar la dramaturgia de los actores vista desde la experiencia de la creación colectiva en la Commedia dell’ Arte, aparecida en Italia, a mitad del siglo xvi, y que, sin lugar a dudas, se estableció históricamente como un teatro de actores que creaban en comunión con el público a través de un guion preestablecido donde los actores, que además tenían habilidades de acróbatas, magos, prestidigitadores, equilibristas, cantantes y gimnastas, iban desarrollando y complementándolos con parlamentos improvisados, de acuerdo a las situaciones que se iban dando en escena. Eso era una dramaturgia en toda la expresión de la palabra.

Podemos concluir señalando que la escritura teatral lo que está poniendo en juego es, en sentido amplio, el concepto de dramaturgia. La noción que hasta hace poco tiempo teníamos de escritura dramática se atomiza en una pluralidad de posibilidades. Hay cambios sustanciales, lo que entendíamos como una obra teatral sigue formando parte del proceso, pero no es el teatro, no es el resultante final llamado espectáculo.

Ya no es sólo el escritor el autor teatral, como venimos apuntando. La tarea de una dramaturgia que quiera ponerse a la altura de esa literatura no es únicamente responsabilidad de unos escritores de teatro. Es responsabilidad del teatro todo y, fundamentalmente, es tarea de los actores; y he aquí que comenzamos a darle forma a nuestra premisa acerca de la trascendencia capital de la dramaturgia del actor.

Pero esto sólo es posible si el actor deja de ser el simple histrión y se convierte de hecho en creador del discurso teatral en comunión con los espectadores. Sería como la reafirmación de la idea de Antonin Artaud en su teatro de la crueldad. El actor jugando con un discurso susceptible de ser transformado, un discurso no representado, sino presentado en la escena, un alejamiento de la literatura para dar paso a la teatralidad.

Aceptamos entonces que el enunciado del texto teatral, si bien tiene significación, no tiene sentido hasta tanto no nos lo dice el actor. Adquiere sentido solamente en el momento en que se convierte en discurso rodeado de las diferentes situaciones conflictivas y mensajes semióticos que engloba. Y de eso responde el actor.

Como corolario final podemos decir que si hemos de concebir un crítico teatral ese tiene que ser el actor, ya que es él quien prueba y realiza las potencialidades de significado en una obra. La verdadera hermenéutica del teatro es la representación, ya lo hemos dicho. Y eso es responsabilidad del actor.

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